En una conversación reciente con alguien a quien respeto y considero un maestro, me lanzó una inquisitiva pregunta: “¿Cuándo realmente vale la pena pelear?”. Mi respuesta impulsiva fue que nunca es el momento. Sin embargo, me retó argumentando que a veces es inevitable defendernos. Y tenía un punto. Hay situaciones que exigen que nos defendamos y protejamos nuestras creencias. Entonces, ¿cuándo es el momento correcto para enfrentar en una guerra? ¿Cuando estamos convencidos, cuando sabemos que tenemos razón, o cuando nuestros valores están en juego? La claridad llegó con su respuesta: “Solo deberías enfrentar una batalla cuando estés seguro de que puedes ganarla”. Sus palabras resonaron con profundidad en mí.
Mirando hacia atrás en mi vida, recordé las numerosas veces que enfrenté conflictos, a menudo sin éxito. Muchas veces, emprendí batallas sin una base firme o en situaciones donde el triunfo era improbable. Estas luchas no solo causaron tensión en mis relaciones, sino que también me desgastaron. Aquella rigidez resultó en continuos desacuerdos con colegas, jefes, pareja y amigos. A pesar de las cicatrices de ese camino, aprendí la lección vital de elegir mis batallas sabiamente.
Es esencial no solo anticipar la victoria, sino también sopesar el costo de ese triunfo. Tomemos un ejemplo: en una reunión social donde se discuten temas políticos. Antes, me sumergía en debates apasionados, armado con datos y estadísticas, para probar un punto. Pero ¿a qué costo? ¿Causar tensiones, crear divisiones, o incluso alienarme por mis convicciones? No sugiero reprimir las opiniones, pero es esencial preguntarnos: ¿Vale la pena iniciar un conflicto por ello?
La filosofía de "enfrentar batallas solo cuando es probable ganar" ha transformado mi vida, reduciendo frustraciones y fomentando la armonía con quienes me rodean. Te animo a reflexionar sobre esta perspectiva. Aunque no pueda garantizar que te funcione de la misma manera, puedo decir que vivir sin estar en constante defensa es liberador.
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