miércoles, 7 de mayo de 2025

Perdonar no es volver. A veces, es simplemente seguir.

 


En 1994, después de décadas de racismo institucionalizado, violencia y tortura, Sudáfrica eligió presidente a un hombre que había pasado 27 años preso: Nelson Mandela.

Y en lugar de salir a buscar venganza, propuso algo que desconcertó al mundo: un proceso de reconciliación.

Formaron la Comisión por la Verdad y la Reconciliación.

Suena bonito.

Pero no fue un abrazo colectivo. Fue durísimo.

Porque la gente no fue obligada a perdonar.

Lo que se pidió fue que se dijera la verdad.

Y que cada quien eligiera qué hacer con ella.

Algunas víctimas decidieron perdonar.

Otras no.

Algunos perpetradores mostraron remordimiento y buscaron reparar el daño.

Otros solo querían salir del paso.

No hubo una sola manera correcta.

Y sin embargo, fue uno de los gestos más humanos y valientes de la historia.

No porque reconstruyeran una relación perfecta entre víctimas y agresores…

Sino porque entendieron algo que a veces olvidamos:

El perdón no es una absolución. Es una liberación.

No siempre implica volver a confiar.

No siempre significa que el otro “se lo merezca”.

No siempre es una puerta que se abre… a veces, es una puerta que se cierra en paz.

Perdonar puede ser decidir que ya no vas a cargar con algo que no es tuyo.

Que no vas a seguir hiriéndote para castigar a alguien más.

Y sí, a veces también puede ser reconstruir la relación.

Pero solo si vos lo elegís. Y si el otro también se reconstruye.

Porque el perdón no obliga. Invita.

Y también pone límites.

No hay comentarios:

Publicar un comentario

Y si el silencio no fuera tu enemigo...

  En 1965, John Cage —sí, el músico loco que hizo una pieza de cuatro minutos y treinta y tres segundos de absoluto silencio— fue a una cáma...