miércoles, 14 de mayo de 2025

Y si el silencio no fuera tu enemigo...

 


En 1965, John Cage —sí, el músico loco que hizo una pieza de cuatro minutos y treinta y tres segundos de absoluto silencio— fue a una cámara anecoica.

Era una habitación diseñada para que no existiera ningún eco. Nada de rebote, nada de sonido externo. Solo tú y tu cuerpo.

Y ahí, encerrado en ese silencio absoluto, Cage escuchó dos cosas:

Un pitido agudo. Y un retumbar grave.

Cuando salió, le dijeron que el pitido era su sistema nervioso. Y el retumbar, su sangre circulando.

El silencio no existía.

Solo quedaba él.


Meditar, cuando odias el silencio, se parece mucho a eso.

Al principio duele. Porque no es paz lo que encuentras. Es ruido.

Pero no el externo. Sino el tuyo.

Pensamientos que no sabías que tenías. Culpa vieja. Ira disfrazada de lógica. Una necesidad absurda de apurarte, de justificar por qué sentarte a respirar “es una pérdida de tiempo”.

Eso es lo que odias.

No el silencio.

Sino lo que aparece cuando todo lo demás calla.


Y aquí es donde viene lo inesperado.

Porque si logras quedarte un poco más —no horas, no días, solo un poco más—, lo que parecía ruido empieza a hablar.

Te cuenta cosas. Te recuerda verdades.

Y en medio de eso, el silencio, de pronto, no se siente como un vacío.

Sino como una casa.

Una a la que no sabías que podías volver.


Si odias el silencio, está bien. Es normal. Solo no le creas todo lo que dice.


miércoles, 7 de mayo de 2025

Perdonar no es volver. A veces, es simplemente seguir.

 


En 1994, después de décadas de racismo institucionalizado, violencia y tortura, Sudáfrica eligió presidente a un hombre que había pasado 27 años preso: Nelson Mandela.

Y en lugar de salir a buscar venganza, propuso algo que desconcertó al mundo: un proceso de reconciliación.

Formaron la Comisión por la Verdad y la Reconciliación.

Suena bonito.

Pero no fue un abrazo colectivo. Fue durísimo.

Porque la gente no fue obligada a perdonar.

Lo que se pidió fue que se dijera la verdad.

Y que cada quien eligiera qué hacer con ella.

Algunas víctimas decidieron perdonar.

Otras no.

Algunos perpetradores mostraron remordimiento y buscaron reparar el daño.

Otros solo querían salir del paso.

No hubo una sola manera correcta.

Y sin embargo, fue uno de los gestos más humanos y valientes de la historia.

No porque reconstruyeran una relación perfecta entre víctimas y agresores…

Sino porque entendieron algo que a veces olvidamos:

El perdón no es una absolución. Es una liberación.

No siempre implica volver a confiar.

No siempre significa que el otro “se lo merezca”.

No siempre es una puerta que se abre… a veces, es una puerta que se cierra en paz.

Perdonar puede ser decidir que ya no vas a cargar con algo que no es tuyo.

Que no vas a seguir hiriéndote para castigar a alguien más.

Y sí, a veces también puede ser reconstruir la relación.

Pero solo si vos lo elegís. Y si el otro también se reconstruye.

Porque el perdón no obliga. Invita.

Y también pone límites.

viernes, 2 de mayo de 2025

Cuando la rabia no destruye… transforma.

 


Hay personas que, cuando se rompen, se apagan. Y otras, como Shakira, hacen temblar el mundo con una canción. Después de la infidelidad de Piqué, pudo haberse escondido, quedarse callada, tragarse el dolor como tantas veces se espera de una mujer pública. Pero eligió otra cosa. Eligió hablar. Y no lo hizo con lágrimas —al menos no en cámara—. Lo hizo con ritmo, con ironía, con fuego. “Las mujeres ya no lloran, las mujeres facturan.” Una frase que parece chiste, pero que es mucho más que eso. Porque la rabia, cuando se reconoce, no tiene por qué ser destructiva. Puede ser creativa. Puede ser el comienzo de una nueva identidad. Lo que más conmovió de esa canción no fue el escándalo… fue que millones de personas la sintieron suya. Porque cuando te traicionan, lo último que querés escuchar es “tenés que calmarte”. A veces, no se trata de calmarse. Se trata de canalizar. La rabia no es una señal de debilidad. Es una señal de que algo importante para vos fue violentado. Y a veces, como hizo ella, transformar ese enojo en acción, en arte, en fuerza… es la forma más alta de sanar. No tenés que ser cantante. Solo hace falta un espacio donde lo que sentís pueda existir sin censura. Donde no te juzguen por estar enojada. No para apagar tu fuego… sino para que no te consuma. 

Y si el silencio no fuera tu enemigo...

  En 1965, John Cage —sí, el músico loco que hizo una pieza de cuatro minutos y treinta y tres segundos de absoluto silencio— fue a una cáma...