Dicen que después de una infidelidad uno ya no vuelve a ser el mismo.
Y puede que sea cierto.
Pero lo que nadie te dice es que, a veces, no querés volver a ser esa persona de antes.
La que confiaba ciegamente.
La que daba sin preguntar si alguien estaba dispuesto a recibir.
La que creía que el amor era aguantar.
Una paciente —llamémosla L.— me dijo una vez:
“Lo que me dolió no fue que me engañara… fue que me convenciera de que todo estaba bien. Me mintió, pero yo también me traicioné.”
Y eso cala.
Porque cuando hay infidelidad, el dolor no solo viene de lo que pasó…
viene de la historia que te contaste para no verlo.
La rabia no es solo por lo que hizo…
es por lo que dejaste pasar.
Y la tristeza no solo es por perder a alguien,
sino por perder la versión de vos que creías invencible.
Entonces, ¿se puede volver a confiar?
Sí. Pero no igual.
Podés volver a confiar… desde otro lugar.
Con ojos nuevos. Con más amor propio. Con límites más sanos.
Porque esto no se trata de tragar el dolor y sonreír.
Se trata de digerirlo.
De mirar a la herida y decirle:
“Sé que estás ahí… pero no vas a tener la última palabra.”
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